26/1/16

Poema de Edna Pozzi


mi patria verde crece en tu tumba
una vez y otra vez debo enseñarte
cómo es la calidad de los jardines
en este planeta diminuto
que gira con tu muerte
para acercarla al sol
como si de nuevo
fueras a sonreír entre los lirios


© Edna Pozzi
Foto: Gustavo Tisocco

Poema de María Teresa Andruetto

            


cuando el sol se acostaba
en el río, volví por las calles
                              de arena
hacia el terraplén


hilos de las islas,
aire...


                             una yegua
y su cría, un hombre de pesca,
una lancha

                      mientras volvía
                                    a casa


como si no hubiese nadie.



 © María Teresa Andruetto

Poema de Dardo Festino

   

Abuelo

La luz ondula y se eleva
fumada por tu pipa
Bajo el árbol de manos amarillas
sembramos risas en el aire
de una tarde que se apaga…
La memoria se diluye
entre tabaco y limón
pero tus ojos quedan


© Dardo Festino     

Poema de Michou Pourtalé

       


“La letra mata, pero el Espíritu le da vida” 
                          ( 2 Cor. 3,6)  
  

El hombre desbasta el jardín de ensueño, 
injuria con desdén a la Palabra, 
pisotea lo que le fue dado, 
mata a sus propias criaturas, 
mientras un tierno lirio encarnado 
          sangra con feroz opacidad.                  


 © Michou Pourtalé

Poema de Darío Paiva

  
     Adagio sostenuto.

 Deseo inútilmente escapar del terror de mis ojos,
 salvarme de mi mente;
 condenada al contemplar,
 ingenua,
 noches con hambre de Ángeles niños (mugrientos, retorciéndose,
                           muriendo un poco este día),
 y el amor de besos de cristal en Almagro.
(Miro los pájaros muertos sobre la vereda).
 Me arrodillo a tomar el agua de la calle,
 recuerdos de la sangre latiendo en mi cabeza.
 Para entonces, era Yo,
 un demente,
 un gladiador nato,
 mutilado por siglos de terribles lluvias.
 Dios extraño, que creaste la vida para destrozarla,
 “mellaste mi alma con tu espada
 de Rey Guerrero”.
 Mi corazón salvaje
  ama estas ruinas.


© Darío Paiva

Poema de Raquel Jaduszliwer



                                 
Geometría

Las calles

permanencia de muelles
paralelos

avanza la memoria
un barco diagonal carga su muerto

el mástil vertical de la voz tuya
corta el tiempo

                                                                          

© Raquel Jaduszliwer

Poema de Martha Goldín



    lejanos algunos árboles
    busqué refugio entre sus ramas
    la primavera estallaba
     y yo necesitaba hacer mi nido
     entonces
             ¿soy un pájaro, pensé
                           mientras volaba?



© Martha Goldín

Poema de David Rosales


Pasos 

Acerco mis pasos
vestidos de fiesta,
confieso:
                van a ti,
sin asomo de recato .



© David Rosales

Poema de Amalia Mercedes Abaria


LLUVIA
                       A Bautista

La lluvia es mi compañera,
me lleva hacia adentro
y hacia afuera.
Y soy feliz.
Me lleva hasta un sueño
donde soy pequeña
y largas orejas de
                animales blancos
me cobijan.

Ceremonia en silencio
como  algodón de agua.

Cofre musical
              que resplandece.

               

© Amalia M. Abaria

Poema de María Montserrat Bertrán


Ola en el cielo por un trueno que replica…
rayos y centellas sobre mi castillo de cristal

estalla en mil pedazos la duda
y llueve
               
llueve en gotas grandes la verdad

desnuda,
en espiral asciendo por los hexagramas del I Ching
con el perfume a tierra mojada en todo mi cuerpo

musgo
a pasos firmes, suaves, alternadamente

raíces primero,
y ahora hojitas que vuelven a brotar
como el cielo manda
y los ojos abren.



© María Montserrat Bertran

Poema de Aníbal De Grecia



El centro de todo es todo en un punto finito
de donde sólo salimos para ser eternos.


© Aníbal De Grecia

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Poema de Ana Lema





GRAFÍAS PARA EL NO ME ACUERDO 

Con inoportuno encanto te escribo para no olvidarme.
Cifro en mayúsculas las ilusiones,
resalto en itálica los buenos tiempos y encierro entre paréntesis
los desencantos.

Datan de épocas del antiguo Mons Martyrum.



© Ana Lema

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24/1/16

Poema de Paulina Vinderman




¿Cuánto hace que convertí a mi intemperie
en una selva sin sol?
"Pequeños pies" penetra la espesura 
y espera junto a la poza, un amor que se vuelva canción,
que pueda sorprender a la urgencia,
posada como una lechuza en el palo, atisbando
los secretos de la noche
(una lechuza experta en soledad, sangre de
urgencia).

Durante el día "Pequeños pies" se confía a la luz,
busca en los intersticios un perro guardián
(sus ojos mudos confirmando la vida).
Dibuja con tinta china los mapas de su amor,
no tanto como itinerario sino como esperanza
(carbonilla en sus párpados, carbonilla en sus dedos).

Pero el mundo mantiene sus secretos bajo
cincuenta llaves de titanio, y el mito es
un parasol en el campo de batalla:
una sombra delgada como un abanico cerrado y
                                                        obediente
para las ceremonias que deberá aprender.

"Pequeños pies", 
formal, crédula, rara como un pájaro prehistórico,
sobrevuela su historia hasta ser atrapada.
La punta de su pluma es el único salto posible:
una rama que cae desde el viento
a un silencio más largo que la noche.
El silencio de todos los pozos, el silencio del
futuro en el grano de arroz.

© Paulina Vinderman

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Poema de Gustavo Travi




la vida muere de a un hombre por vez

insoportable
de tan igual,
de cuenta ya sabida

sin embargo quién  
puede negar haberla visto
tiempo después de llorar su funeral,
ahí, entre los vivos

y no saber ya nunca
si es la vida lo que muere



© Gustavo Travi

Poema narrativo de Mónica Cazón


Golpe bajo

se repite tu voz que nada le disgusta, pura risa y hortensias que comenzaste a detestar luego del engaño. Quién iba a suponer que esas flores silvestres en la corteza de los árboles, denunciaban la primavera de tu lágrima. Joven y madura, como el azafrán, que nace rápido y al poco tiempo se marchita. Y  las estatuas que rodaron por la plaza principal, al lado de la calesita y sus vueltas, que sin embargo, no nos hacían olvidar la herida mortal. Justo cuando la muchacha alejandrina se borraba de tu rostro y éramos un montículo de gente, creyéndose feliz. 


© Mónica Cazón
Foto: Gustavo Tisocco

Poema de Leonor Mauvecin


Y  ha leído el amor en las hojas del otoño
como un cazador furtivo.
En el revés, lo ha leído
en su breve nervadura donde la vida vuelve
Y en el sabor del carozo
en el último y  primer mordisco de la fruta.
En el jardín, exilado paraíso
                                    con serpientes
                                    y árboles sagrados
                                    y frutos prohibidos
que él devora
                      -sin culpas-


en los linderos del verano.



© Leonor Mauvecin

Poema de Lidia Cristina Carrizo




Es vano

Advierto la escena fatal de lo violento
cuando el rayo alcance, parta lo vital.
La sinfonía del beso y los ojos cierren
temblorosos, y sin volver sus miradas.

Tu voz ha quedado así grabada,
y me recorres a pesar de todo,
no lo evitas, dejándome inmóvil .
solo pides, la razón por su razón.
entonces invento un mejor cielo,
detrás del camino, ya recorrido,
porque nada he dejado al azar.

Ahora he visto y escuchado, y en su latir,
un nuevo tiempo un símbolo o aventura,
porque todo siempre, siempre se repite
su música, que es rosa, pétalo y espina.

Ya todo se pone frente al mundo
como una estrella que cae fugaz .

Para alcanzar aquello que es lejano
cuando la noche acune los silencios,
me pregunte dónde estará tu huella.
es vano, no sabré, todo es un sueño.



© Lidia Cristina Carrizo

23/1/16

Poema de María Ángeles Pérez López



Soy una niña y pinto de colores
el tronco sepulcral de los dibujos,
un árbol como un diente contra el cielo,
la forma imaginada del ahorcado.
Quiero ser una niña y volver hasta el vientre
del agua y su silencio del inicio,
el flujo de la sangre que me lleva
y hace infancia este tiempo insoportable,
pero estoy viendo el mar como la suma
de capas de aluminio y de desecho,
el peso en la cabeza de metal,
la entraña solitaria e inquisitiva
atenta a ese rumor que no se siente.
Vigilo la semántica del agua,
el modo en que la arena se hace verbo
y nombra nuestras huellas en la espuma,
no acaricia palabras para el aire
pero sí los tobillos y zapatos.
La voz que anda escondida en su guarida,
su cajita de miedo musical,
aguarda que restalle el alarido
de estar viviendo el pánico de ser
si el miedo es una forma de la boca,
una expresión del cáliz de amargura.
Las olas entre tanto se divierten,
su canto es insonoro y necesario
para aguardar el tiempo del exceso.


© María Ángeles Pérez López

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Poema de María Cristina Briante



elije el lugar
compone la pose
arma sus huesos
modela la casa
arcilla con nudos de historia
en ausencia en silencio
herencia circular
replica
con ella miran sus ancestros




© María Cristina Briante
Foto: Oskar Molek
Enviada por la autora del poema

Poema de Carlos Carbone


ALGUIEN VENDRA

¿Alguien que tiene sed
Vendrá a beber de esta copa?

¿Alguien traspasará el túnel de la noche
Con sus destemplados labios?

¿Alguien querrá besar el horizonte
y abrir los brazos?

¿Alguien se dejará llevar
donde todo acabe? 

¿Alguien en medio de la bruma
se animará?


© Carlos Carbone

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Poema de Elena Cabrejas


LAS CALLECITAS DE BUENOS AIRES

Las callecitas de Buenos Aires tienen ese que se yo ¿viste?...
Camino lentamente blandamente tratando de revivir los gritos
que quedaron pegados en los gruesos baldosones del encuentro
en esos días tremendos del reclamo y la furia
esos gritos que aún claman desde el revés del suelo
como tañidos de campanas latiendo bajo los pies.

Las callecitas de Buenos Aires con banderas desgarradas
y enlodadas pancartas hechas añicos.
Alguien dijo: “sólo los árboles tienen raíces”
pero ahora se que están creciendo plantas de inequidad
ramas de desconsuelo
flores de vértigo y latido que no dejan de crecer
regadas por las lágrimas, aderezadas de impotencia
abonadas de voces macilentas y ecos del infortunio.
¡Las voces y el clamor!!!
Un gigantesco árbol de gritos que se aferran
a las maderas del tiempo.

Las callecitas de Buenos Aires manchadas de sangre y congoja.
Y no es la niebla si no los gases
y no es la luz de la luna si no destellos del fuego
de los estampidos y el horror.
Los cascos de caballos galopando entre siniestras miradas
entre sucias órdenes y zapatillas perdidas
manojos de cabellos arrastrados arrancados violentados
sus cuerpos con toda la agonía derramada entre los adoquines.

Las callecitas de Buenos Aires llenas de vidrios rotos
de consignas brotando desde alguna hendidura de la memoria
donde perros hambrientos aúllan su soledad
donde la soledad aúlla como niños hambrientos
que les saquearon el futuro.
Madres entre cartones y mugre con que arropar a sus hijos.
Padres desesperados con las manos vacías y los ojos llenos de dolor.

Y “las callecitas de Buenos Aires que tienen ese que se yo ¿viste?...”
en este siglo apenas estrenado enterrando a sus chicos cada día
como ángeles de piel y huesos de ojos abiertos hasta la conmiseración
y es uno y otro y otro …y son tantos!!! como los golpes detrás del pecho
como las callecitas de Buenos Aires que ya nunca podrán andar
sólo sus pequeños nombres injuriados gastados olvidados
                  cuando acababan de nacer.


© Elena Cabrejas

Poema de Marta Zabaleta


Carta de aurora, a Nela Rio                   
                                   

La noche se hizo de nada.   
El corazón de Andrés silencia su descanso   
junto a Chopin. Sus dolores dormidos. 
Sus sonámbulas notas. Sus huesos 
ya sin frío que mis palabras abrigan. 

Mas atrás, siguiendo este camino 
verás que crece, bajo un ceibo dormido 
la memoria de Azucena 
como el musguito en la piedra . 
Fue Madre y es Desaparecida. 

Desanda ese camino.
Recorre con mis brazos
un porvenir de estío 

bordando con flores rojas

la figura de tu hijo fallecido.
             

Avanza, sonriéndole al vacío

también en este día 

avanza, como ellas,

aunque como tú las Madres

nunca vacíen su pena.

  
Como los tuyos, sus ojos 

para siempre sin lágrimas, vuelan.

Tumba del viento, cosechan esperanzas

Lluvia de diamantes, brillan sobre los oceános.

Tormentas que muestran el martirio.       
 Dejan tus manos llenas,
Te legan sus sonrisas.

Hecha de sangre y fuego

esa tristeza tuya, collar de primavera 
verdecerá en poesía.




© Marta Zabaleta

Poema de Marina Centeno




REFLEJO

Para saber cuanto dura
un amor por verdadero
que se brinda por entero
a la vida y su hermosura
Pero aquí nada perdura
(y tómalo por consejo)
sobre este mar que es añejo
la luna blanca matiza
y se vuelve escurridiza
y sólo queda el reflejo

Así el amor cuando embiste
trae pétalos consigo
luciérnagas por testigo
y a los vientos se resiste
Cuando a todo se le insiste
con ahínco adolescente
para ser lo persistente
hasta entrar al laberinto
que conduce nuestro instinto
como el agua en el torrente

Por tanto dura el desierto
lo que la lluvia le arrecia
hasta llegar a la amnesia
entre lo falso y lo cierto
Estar dormido o despierto
y si el poema concuerda
aunque el reflejo se pierda
en la corriente del río
Sea este desvarío
el animal que me muerda




© Marina Centeno

Poema de Rubén Vedovaldi


NUNCA SE LOGRA TODO, SIEMPRE SE LOGRA ALGO 

A veces, para encontrar la paz, hay que ir por el camino de la Justicia, 
que es un camino de luchas. 
A veces, quien busca la Verdad tiene que desconfiar de la belleza.. 
A veces, quien busca el amor tiene que desconfiar del placer 
y quien busca el placer tiene que desconfiar del amor 
(Dichosos los que encuentran el placer y el amor en la misma experiencia.) 
A veces, quien busca la libertad tiene que sacrificar o arriesgar la paz 
o quien busca la paz tiene que sacrificar o arriesgar la libertad. 
A menudo, hay que olvidarse de todos para ayudase a uno mismo 
y otras veces hay que olvidarse de uno mismo, cerrar los ojos, 
y entregarse a alguien. 



© Rubén Vedovaldi

Poema de Elena Eyheremendy




Doliente,  Dichoso  y  Big  Ogre

Cómo  duele / Doliente / tu  paisaje
calcadito  de  Beckett.
Duele  tu  escena  muda
donde  sólo  ocurre  que  anochece
mientras  vos / tan  simplemente  trepas
sobre  tu  Cuerda  mínima.
                              
Y  repites  tu  gesto  hasta que caes
o  que  la  Noche  cae
y  arroja  sobre  ti  su  voz  extraña.
Porque  Godot  no  llega / y  vos  a  cambio
solamente  atinas  a  encaramar  los  ojos
al  paso  enrarecido  del  Paseante  Dichoso.

Pero  siempre  es  de  Noche  en  tus  heridas
el  Invierno  intimida  y  todo  huele  mal.
  La  soledad  espanta  con  su  teatro  mudo
  en  cuyas  negras  celdas  se  alimenta  un  Big  Ogre
  al  que  a  veces  llamamos
   Desasosiego.


© Elena Eyheremendy

Poema de Aníbal Silvero


Si llegaste al extremo
que un papel en blanco
vale más que tus letras
y tus letras menos que el papel
despídete Poeta
o adéntrate en el vacío mismo
en la deshabitada palabra
allí
en la oquedad del espacio
en el desierto de la mente
en la ausencia del verbo
se origina de nuevo el Universo

© Aníbal Silvero

Poema de Marizel Estonllo



UBICACIÓN 

Se reunían en la trastienda
junto al laboratorio
junto a las varillas de vidrio y las espátulas
los amigos del lugar,
don Alberto, don Enrique, el Sr. Ponce
y el ajedrez.
Una partida rápida convocaba a algunos
y otros hablaban en voz baja
para que no escucháramos
lo clandestino.
Arriba de la mesa de mármol
una probeta, dos medidas de vidrio
el somnoliento recetario,
una pasta de lanolina, la suspensión de la goma arábiga
y la mirada de la niña rubia
posándose
sobre la flexibilidad de las cosas
cuando encuentran su cauce.


© Marizel Estonllo

20/1/16

Poema de Carlos Satizábal



ALGUIEN LEE

tengo la boca llena de tierra...
Pedro Páramo

He anhelado el canto,
el canto para barrer la sombra, el canto para recoger mis pasos:
Las calles de la huída, las esquinas del amor, las ciudades del camino.
El país de la muerte, el país del retorno, el país del agua.
Ríos de la infancia: hierbas voces árboles.
Caminos del deseo: iluminaciones silencios despojos.
Y el mismo volcán de sangre en la boca, el mismo páramo calcinado bajo los pies.
Un vendaval de ojos, de carne, de música y de huesos.
Los mismos torrentes resecos de muertos que cantan con las voces de la infancia.

He buscado esos cantos en los árboles que huyen,
en los ojos del miedo de los niños del camino.
A veces les veo en las grietas de la furia y del dolor.
A veces en las letras despedazadas de los muros callejeros.

Cantos del sueño y de la muerte y de la mano dormida.
Cantos sin voz o apenas suspendidos en volátiles hilos cerebrales.

En las noches de junio,
cuando Castor y Pólux cruzan con su luz mítica el cielo atormentado de la memoria,
oigo su música caer de la oscuridad como frutos podridos.

Y en las tardes de agosto, cuando las cometas y los faroles de aire y de papel de china
valsean sobre el valle de las garzas y los pellares, su martillo de palabras
azara el sopor de la siesta con los incendios del viento y el vuelo de las cenizas.

Sus trazos negros rayan mi mente al amanecer de enero,
bajo la inmensidad del cielo, en los amaneceres azules de la sabana sin nubes
y la quietud de las nieblas heladas que cubren mis zapatos
entre la hierba  atemorizada.

Más allá del sueño y de la montaña, veo crecer esos cantos en las orillas del río-mito,
bajo un cielo cultivado a la sombra de todos los verdes de la selva.
Están en la danza del abuelo Kumú que atrae con su rumor de cuarzos y semillas
la balsámica intención amarilla del sol al conuco del alma.

Y están adentro de mi cráneo, cuando la serpiente de luz une los abismos fractales
de mi rústico cerebro con el zumo ancestral de hojas y bejucos.
Son el son de la maraca que equilibra el mundo
y los murmullos melodiosos que guardan el pensamiento.

Los veo ahora muy arriba de mis ojos, en el vuelo de las tumbas del aire:
el grajo mortecino de los gallinazos esparce por el cielo en su danza circular
el tejido mineral de mis nervios.

Ese vuelo danzado es el canto. El canto está donde están mis muertos.
¿Pero dónde están mis muertos?

He anhelado el rumor de sus canciones en mi palabra.
No su memoria escrita entre la hierba por larvas, coleópteros y microscopios.
Si no la memoria viva en unas letras, un tono, un ritmo, una canción
para cantar en la tumba de las noches con platos y flores y aguardiente.

Voy de vuelta. He anhelado el canto de la luz del regreso en el fragor del agua.
Quizá nada regrese de mí ni de ellas y ellos.
Quizá sólo los dientes de los muertos aren la tierra sobre los huesos rotos.
Quizá no hay palabra que descifre con su música inútil
el sentido de esta muerte sin borrachera, sin ceremonia y sin cantos.
Sin tierra en la boca de los muertos.

Ya cae la tarde de todas las tardes.
Ayer huyó de aquí el hombre de la montaña que rompía con su grito feliz
la algarabía de los loros que cruzan el valle.

¿Dónde están los cantos que lo celebran?
Los he buscado para alumbrar la hora del regreso.
Con mis muertos los busco. Con sus voces imagino cómo suena su música.

Pero ya nadie puede desandar este camino.
Quizá un poema en estas hojas ilumine con sus letras
la carne y los huesos y los nervios del olvido.

Alguien vio la huida de las multitudes
y sus ojos se hundieron en el espejo amargo del café de la mañana.

Alguien oyó el ritmo medroso de sus pasos contra la tierra.
Alguien escuchó el grito. Alguien ya no recuerda.

Otros dicen: Esas voces, esos pasos, y su retorno, están siempre en los cantos.
El canto las anuncia. La memoria está en los cantos.

Pero ¿dónde oír esos cantos ahora?
¿Cómo saber si están aquí, en estas hojas,
y son ahora suyos, lectora silenciosa, silencioso lector…?


© Carlos Satizabal