18/3/24

Poema de Luis Benítez

  


nadie sabe dónde estuvimos 

 

toda la tarde llovió

y nadie sabe dónde estuvimos

de ahora en más

me quedaré en tu sombra

viviré el fin de las estaciones cuando

el insecto retorna a su estado de larva

listo para creer que cada uno que anda

por la calle es uno que yo conozco

pero yo me quedaré en mi cuarto

hecho de tu sombra

en una habitación oscura

donde la muerte es una desorientada mensajera

donde entraré en esa pobre tan mínima luz

sea como eso sea

 

© Luis Benítez

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Poema de Marcela García Ferré

 

 

Antes.

Ahora.

Después.

Por siempre.

Eterno.

Etéreo.

No

todo

termina

ese amor

apasionado

sublime.

Acto

interpretado

dilucidado

azul.

Azul

vuelo

para siempre

por siempre

eterno

etéreo.

 

© Marcela García Ferré

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Poema de Miriam Alvarez

  


FRONTERA

 

Tiemblan

los botes sacudidos

por un torrente

 

la frontera es

un estruendo de raudales

que sostienen

el tejido de camalotes

que van sin rumbo

 

acá, en esta playa

vestida de muerte constante

danza una libélula

extraviada

 

en medio del río

ondea la trama del espinel

 

de orilla a orilla

nos desangran los destierros

 

en esta soledad

lo cierto es

el aroma

de mangos y guayabas

 

el agua mordiendo

patios de domingo

 

como un hacha que olfatea

el latido de la savia

 

el agua

quebranta cada piedra

y la sumerge.

 

© Miriam Alvarez

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Poema de Marta Ortiz

 


hoy volví a contar tu historia

hilvanada de leves olvidos

 

corté camino

el día era azul

la temperatura cálida

 

sacudido el polvillo ceniciento

una nueva piel

quedó al descubierto.

 

© Marta Ortiz

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Poema de Martín Pucheta

  


OJOS DEL JAGUAR

 

                             A Miguel Ángel y María

 

Esa noche se cortó la luz en Punta del Diablo,

pero el sol de un vino ya nos cabalgaba en las venas

y en las lenguas quemaban como amor las estaciones,

y entonces Miguel nos enseñó desde el balcón de la cabaña

los ojos del jaguar sobre la boca del océano

haciendo pivotar nuestro asombro

en el faro de los barcos pescadores.

 

El tiempo es constelación de tiempos,

el instante es una trenza

de pretéritos presentes y futuros anteriores,

cuando el deseo trabaja

a la par de la muerte

un silencio en contrapunto

desde el carozo al cuerpo.

 

Vi o entendí, y ahora

lo escribo y no dejo de perderlo,

el poema -como el tiempo- empieza a ver

lejos del equilibrio.

 

© Martín Pucheta

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Poema de Mirta Venezia

 


hijo del céfiro de los jacintos

nacido de las vísceras de un gorrión

no sabes de renunciamiento

eres insulto

         brote

         fondo blanco de epifanía

         jardín de amores turbios

         un poema

 

© Mirta Venezia

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Poema de Matías López

  


PENÉLOPE:

 

II


Yo podría haber tenido alas

pero cuando te fuiste

solo atiné

a repetir un velo

de novia en mi cabeza

nunca Argos y yo estuvimos tan cerca.

Desde entonces

es que espero

y urdo

lo que podría haber sido.

Nadie –ni vos tampoco-

supo que también

yo había tejido sueños.

También quise armar

mares y guerras

oír cantar a la misteriosa

bóveda del cielo

oler las infinitas flores

las incontables frutas

entretejer secretos

de papiro.

 

© Matías López

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Poema de Margarita Soto Frossard

 


-El aura


Transité por el espíritu de esa morada,   

baldosas encharcadas,

jardines en duelo y aromas mojados.       

En su cielo dos lunas 

Iluminan pedregales de dibujos,

muebles somnolientos con garabatos,

polvo de versos,

huecos de risas.

Una luna, pasajera de horizonte viejo,

navega inestable  entre poblados de cuentos,

en islas silenciosas, nubes de aventuras.

Se aleja la luna y  se pinta en el techo,

en instancias de color, caduca su destello.

Los árboles de la infancia la contemplan,

muertos, en pausa,

con raíces amarradas y anclar se sueños.

En una madrugada envejecieron de repente,

el aura subió a sus ramas

pronunció su silencio,

sin nombrar, sin titilar, acurrucada

en el vértice del aire, se acunó de miedo.

 

© Margarita Soto Frossard

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Texto de María Soledad Gutierrez Eguía

 

 

 VALLE DE SILENCIO

 

Y aquello que no me dije al “morir de otoño” —como lo que pensé y dejé aventar—,  aquellas indecibles, morirán conmigo, palabras anuladas en su propia savia.

¿Sabré siquiera que adoré al mundo?

Me desconozco sin ser dentro, más que un milagro que cede a su envoltorio; el pasado de los otros que bebieron de mi sed y olvidarán. Me distancio pesadamente de lo que hoy, es. Soy, sucediéndome más allá de mí. Esparcida en cada cosa que ellos ven. Llovizna incómoda convertida en tristísimo pardal.

¡Tan ciego el sol, como si se mirara a sí mismo, desde tan cerca!

 

Vacilando bajo un silencio embelesado, prendida a la quietud del letargo que poblé; a la espesura de un tiempo que oí moverse; no obstante ardiendo en otros recintos; retrocedí ante el zarpazo del ruido lúdico, y hay de pronto y tan encogido un mundo hecho de silencio, que nunca oí la urgencia de la sangre, ni la fría secuencia del llanto debajo de esos párpados, a los que al final del día, les di el descanso y la piedad de un valle de hierba inexplicable, brotando a contrapeso de un cielo bebedor de vientos.

Un barquito de papel demora en tumbarse, como el sauce sobre el río, el tiempo que doy a mis ojos, una llama crepuscular moviéndose entre alas; un resplandor piadoso adivinando mi cara; un jardín radiante y profético; un estallido lento de ritual perfecto.

Me enhebra el hilo blanco y pareciera —aún me oyen, tañe una campana— flotar entre cristales. Me resisto al brazo del vacío, jadeante y lejana, me vuelvo sin cuerpo; me pronuncio con el bramido en la boca. Desde nunca, desde el diluvio, pasajera en descenso me ciño a la danza de los bosques. Perdura intermitente en el poniente la inerte sombra del tiempo.

¿Si busqué el ocaso en el súbito invierno?

Sé que halle el verdor del valle.

 

No hubo frío, salvo el de tener que mendigar en la alta cumbre, una risa que estrangule el último silencio.

 

© María Soledad Gutierrez Eguía

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Poema de Ariel Ovando

  


Nada nos había preparado para el sol

             que nos amanece las venas

                con la vida del colibrí a flor de labios

 

para este día coronado de flores negras

             donde los pájaros vuelven a cantar

para alargar la majestad del día o del tormento

 

cabezas de chorlito

en la ciudad que crece

y se deforma detrás del vidrio

 

cabezas de pajarito

sobre los lechos pueriles y lunáticos

 

turbia eternidad

donde las ropas y los cuerpos

cuelgan

        de la humanidad en llamas

        de multitudes que aúllan

al fondo del espejo

 

nada nos había preparado

para ser menos que eternos

ni morir como tantos

en el orgasmo

             o en los sonidos de la infamia

con las palmas hacia la altura vacía

 

cabezas de chorlito

 

el otoño nos haría oler

el tiempo en pueblos melancólicos

           inclinados hacia el relámpago del vino

 

el canto arduo y misterioso

de la tierra ceñida por negros pájaros.

 

© Ariel Ovando

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16/3/24

Poema de Eduardo Mileo

 


Dios es una presencia inexistente 

 

I

 

El viento que te empuja

no es un viento.

Es la ira de Dios.

Dios

es un viento que empuja.

 

 

II

 

¿Dónde te lleva la ira?

¿Dónde el destino de

esta locura?

Un diamante

tallado por el silencio

nunca responde.

 

 

III

 

¿Es necesaria una respuesta?

¿Hay una pregunta?

¿O la vida es eso:

responder

a una pregunta inexistente?

 

 

IV

 

¿No abruma esa presencia

sin cuerpo

muda?

¿El silencio del padre

no sanciona

la supremacía de la madre?

 

 

V

 

Diosa de la palabra:

sé mi viento

dame

un sentido.

 

© Eduardo Mileo

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Poema de Víctor Taquía

 


Me equivoqué,

no era esta la parada del colectivo.

No estaba seguro

y ante el miedo de pasar de largo,

meterme vaya a saber dónde,

me bajé antes.

Ojalá me hubieses visto

tocar el timbre,

dejarlo

y caminar

haciéndome chiquito

mientras se alejaba.

Así entenderías

este fallido método

de bajarme

de todo lo que me importa

antes de tiempo.

 

© Víctor Taquía

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Texto de Karina Macció

 


Lápiz en el agua

Te dedico el ápice de mi lengua, la parte superior, extrema, al parecer ínfima, pero fundamental. Allí reside la magia, la que destila ocurrencias y sinrazones, la que puede besar en torbellino, pez estrella incansable, lápiz en el agua de mi boca.

 

© Karina Macció

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Poema de Gito Minore

 

 

SOLTARSE

 

Abandonar el sendero.

Alejarse kilómetros

de la ruta.

Observar atentamente,

que solo quede la extensión

silente y pelada,

después de deglutirse

el último sonido.

Caminar hasta el borde,

hasta el límite de la nada con la nada.

Asomar la cara.

Reflejarse en el abismo

como en un espejo,

encontrar

las siete diferencias

de uno

con uno,

reconocer,

-si está al alcance-

cuántos

somos los que habitamos

este desquicio,

cuántos

los que no pudimos

escapar.

Entonces,

contemplar el vacío,

y, si aún quedan agallas,

respirar.

 

© Gito Minore

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Poema de Graciela Ballesteros

  


Y a pesar de todo

palpito con la tarde.

 

En ese fragmento del día

inscribo las ambiciones

de mañana.

 

Son puñados de esperanzas

que se lleva el ocaso

y en su refugio

amasa

un nuevo amanecer.

 

Mientras cuido a Felipe

bajo los últimos rayos de sol

pongo sobre ruedas     

mis sueños             por él.

 

© Graciela Ballesteros

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